Hace mucho tiempo, en un precioso bosque, vivían una tortuga y una liebre. Esta última sabía que era la más rápida del bosque, muy orgullosa y fanfarrona se reía de la lentitud del resto de los animales, pero especialmente lo hacía de la tortuga, presumiendo ante ella de su gran velocidad.
Hubo un buen día que la tortuga se cansó de tanta burla y la reto a una carrera, a lo cual la liebre no pudo parar de reír, puesto que sabía que era muchísimo más rápida que su amiga con caparazón. Sin embargo, tras pensarlo un poco aceptó el reto, que quedaría fijado para el día sábado.
Cuando llegó el día, miles de animales de reunieron a ver una carrera en la que todos creían saber el ganador de antemano, sin embargo algo raro se olía puesto que el nerviosismo y la expectación eran dueñas del lugar.
Cuando se dio el pistoletazo de salida, la confiada liebre dejó que la tortuga saliera con una gran ventaja, la tortuga, poco a poco fue avanzando mientras que la liebre decidió darse una pequeña siesta mientras esperaba que la tortuga llegara a la mitad del circuito, ya que le sobraría tiempo para adelantarla.
Pero sorprendentemente se durmió unos minutos más de lo que debía, y en ese tiempo la tortuga consiguió superar la meta ganando la carrera para sorpresa de todos los asistentes.Ese día, la liebre aprendió que hay algo más importante que las condiciones naturales o nuestro talento: la humildad y el respeto por los rivales. El sabernos mejores que los demás sólo consigue que nos relajemos y perdamos. Un campeón se hace a base de humildad. Desde aquel día, la liebre no volvió a perder ninguna carrera, pero tampoco volvió a humillar a ningún rival.
Moraleja: No hay ningún rival pequeño, a todos hay que tratarlos con respeto pues cada uno es bueno en lo suyo.
0 comentarios:
Publicar un comentario